Los auténticos merolicos
Posted by keithcoors_00 en 5 marzo, 2011
Todo idealismo frente a la necesidad es un engaño.
El vocablo «merolico» proviene del nombre de un supuesto médico que se hacía llamar el doctor Meraulyock. Llegado a Veracruz en tiempos de Maximiliano, vendió en el Puerto, en Puebla después, y finalmente en la Ciudad de México, donde se estableció, un llamado «Aceite de San Jacobo» que supuestamente sanaba todas las enfermedades y prevenía todos los males corporales. Encomiaba su poción el curandero con una gárrula palabrería, al tiempo que acariciaba dos serpientes que ponían temor y asombro en la gente que le hacía corro. Después se supo que el tal médico era sólo un charlatán. Ganó el pícaro, sin embargo, a más de mucho dinero, una cierta forma de inmortalidad cuando su nombre pasó a formar parte del rico acervo de mexicanismos que imantan al idioma del blanco.
En 1875, un artículo en la Gaceta Médica de México destacó la presencia de charlatanes y curanderos en el país. Señalaba que, “si bien en todos los tiempos y en todas partes han existido estas plagas de la humanidad, como un testimonio de la ignorancia y de las preocupaciones del vulgo, tal vez en ninguna como en México está tan desarrollada”. Añadía que, a pesar de la existencia de claras sanciones penales para aquellos individuos que al ejercer la práctica médica lo hacían sin tener un título legal, rara vez se aplicaba el castigo correspondiente.
A pesar de que el ingresar a la Escuela Nacional de Medicina fue uno de los elementos que, supuestamente distanciaba a médicos calificados de charlatanes, hubo un caso muy controvertido respecto a un individuo que logró ingresar a dicha institución. Se trata del doctor Rafael de J. Meraulyock o Meroil-Yock, quién llegó al puerto de Veracruz en un barco con bandera francesa en 1864 o 1865. El pasajero, un hombre polaco “de extraña y agitada melena rubia, largos mostachos y espesa barba que le caía sobre el pecho” afirmaba ser un ilustre médico, un diestro dentista y poseer fármacos infalibles para todas las enfermedades conocidas y por conocer. Los habitantes del puerto, asombrados ante el ilustre médico, quien vestía una larga túnica “entre griega y oriental”, acudían a él en multitudes; el motivo: anunciaba ser el portador del famoso aceite de San Jacobo, un elixir infalible para “la curación de todos los flatos, dolencias, cólicos, malos humores, asperezas de la piel y hasta para la extirpación completa de callos y callosidades”. Tal fue el éxito del doctor Meraulyock, que las noticias acerca de sus proezas médicas rebasaron los límites del estado, y tal la fortuna que consiguió, que obtuvo los recursos suficientes para desplazarse a la ciudad de Puebla y de ahí, a la capital de la república. Dado que su apellido era difícil de pronunciar, la ingeniosa habla popular le adulteró el nombre por el de “merolico”. Desde entonces, merolico es el calificativo con el que se designa a médicos charlatanes, embaucadores y callejeros.
Schwarz cuenta que una vez, en la Avenida de los Misterios, observó a un vendedor de concha nácar que decía: “Usted va a ver, usted va a mirar, usted va a observar, usted va a contemplar cómo esta víbora se va a poner rígida, totalmente tiesa, recta y derechita como una varita de nardo. Nomás le pido que se quede detrás de la raya, porque estoy trabajando; sí señores, trabajando honradamente, con honestidad y dignidad aquí ante ustedes y su buena voluntad, para ganarme el pan para mis hijos, no como otros que nomás se aprovechan de la gente para robarles sus objetos invaluables de valor sentimental o emocional o económico.” Infiere el autor que el truco consistía en que, cuando el vendedor hacía esa recomendación, varios de ellos se llevaban la mano al lugar donde los guardaban. “Otro personaje, situado detrás, y del que quizá sólo por malpensado deduje que era cómplice del merolico, pasaba la vista sobre el grupo y seleccionaba a las presas más fáciles. Tres minutos después, el público babeaba fascinado por la verba del vendedor y ya todos se habían olvidado de la cartera o el monedero, lo que aprovechaba el presunto cómplice para pasar ágilmente, como pizcando algodón, zumbándose las carteras de los dos o tres que la tenían más a mano”.
Una respuesta to “Los auténticos merolicos”
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Gustavo Rozas Valz said
Se trata de sistemas de fraude legitimados por la costumbre y hasta por erróneamente clasificarlos como parte del folclore y la cultura popular, para los que la ley, no prevee sanciones efectivas y desalentadoras para los embaucadores.
Conozco el caso puntual de un farsante que bajo el estrambótico nombre de » El indio caruma», hace años montó un consultorio esotérico, para solucionar sobre todo pueriles y sórdidos problemas de pareja, con amarres, hechizos y demás patrañas, que le procuran el nada despreciable ingreso de us$ 200.00 diarios de promedio ( en un país con sueldo mínimo de us$ 170.00) El caso es que hace unos meses ( la historia es verídica y me llegó de fuente directa, ya que acudimos al mismo taller mecánico automotríz ) algún cliente «insatisfecho» y de esos que no se andan con remilgos; no tuvo mejor idea que descerrajarle seis disparos ( aunque con una pequeña pistola del calibre 6.35mm o 25 acp ) con tan buena fortuna para el » chamán» que no le ocasionaron mayores lesiones y pudo recuperarse en un plazo relativamente breve…
Y ahora con preocupación me pregunto: ¿ Quién podrá convencer ahora, a esa legión de ignorantes de sus clientes, que el Indio Caruma no tiene poderes sobrenaturales y ha vencido a la muerte…?